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Cajón de sastre


Adaptarse o morir


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Junichiro Tanizaki, en su ensayo “El elogio de la sombra” reflexiona de forma sutil y muy poética, sobre cómo afecta la introducción de la tecnología y gustos occidentales a la vivienda japonesa, a su manera de vivirla y a la esencia fundamental de la misma.

No tengo nada contra la adopción de las comodidades que ofrece la civilización en materia de iluminación, calefacción o tazas de retrete, pero a pesar de ello, me he preguntado por qué, siendo las cosas como son, no damos algo más de importancia a nuestras costumbres y a nuestros gustos y si sería realmente imposible adaptarnos más a ellos.

El concepto de vivienda ha sido un tema recurrente, por parte de sociólogos y arquitectos a lo largo de la historia. Si bien, la sociedad, la economía o la estructura familiar han sufrido enormes cambios en el último siglo, poco ha cambiado el diseño de las viviendas. Eso sí, se han convertido en bienes de consumo.

Inmersos en la sociedad de consumo, cada vez es más fácil la adquisición de bienes materiales. El abaratamiento y los avances de la tecnología, generan una incorporación de elementos a la vivienda, que han provocado una modificación en los usos de la misma, al igual que ya hicieron en su día la inclusión de la electricidad, el saneamiento o el agua corriente.

El diseño actual de vivienda corresponde básicamente a la división del tiempo de la producción fordista. Tras el tiempo destinado al trabajo, la vivienda se convierte en lugar de descanso y relación, en un tiempo donde el concepto de trabajo y familia estaban claramente diferenciados y donde existían unas reglas invariables.

Elementos como la televisión, internet, o los videojuegos han modificado las relaciones dentro de la unidad familiar y por tanto el uso de la vivienda.

Hoy las estructuras familiares son mucho más complejas. Donde antes primaban los espacios de relación hoy se tiende al individualismo dentro del espacio compartido. Llama la atención el hecho de que se diseñen viviendas con dormitorios de seis, siete u ocho metros cuadrados, considerando que hoy por hoy son las habitaciones con más tiempo de ocupación y mayores necesidades de espacio, especialmente en las edades más tempranas.

Las distribuciones actuales son también muy rígidas, dando lugar a espacios sobre o infrautilizados, con medidas normalizadas. Diseñamos todavía viviendas con un programa estándar de dos o tres dormitorios, más dependencias anexas, que muy poco tienen que ver con la realidad de los usos actuales. Ya no podemos pensar que cada espacio tiene un uso específico, ahora el uso de los espacios está sujeto a las reglas de la probabilidad.

La ubicuidad de las tecnologías de la información y comunicación elimina la separación entre trabajo y hogar. Las viviendas actuales gozan prácticamente del mismo equipamiento tecnológico que nuestro lugar de trabajo. La vivienda ya no es solo hogar, también es espacio de trabajo. La vivienda también tiene que someterse a las nuevas tendencias sociales en alza, como el consumo colaborativo, entendido como el intercambio de bienes y servicios a través de plataformas digitales.

Como consecuencia de esta rigidez en el diseño de viviendas, la necesidad de personalizar la misma a las necesidades específicas de cada usuario, se busca a través del mobiliario, también bien de consumo, sujeto hoy a las reglas de la caducidad y las modas, pero mayormente adaptable a los cambios.

Dado que la ocupación y usos de las viviendas son muy variables, no es lógica la existencia de una vivienda estandarizada y producida en serie, debiendo adaptarnos a su morfología, estructura y compartimentación. Es por ello que cobra sentido la opción del alquiler frente a la compra, modificando nuestro hábitat en base a las variables y cambios que puedan producirse.